lunes, 29 de diciembre de 2008

Que me importan del mundo las penas...

“Que me importan del mundo las penas”
por Joel Gallardo ( e-mail jgallardo1966@hotmail.com )

A través de la historia, el canto cristiano ha sido prolijo en su desarrollo, con base en la profunda experiencia creyente de quienes con humildad de corazón se han acercado a la presencia del Señor, con una profunda gratitud, admiración, alabanza y sentido de adoración a en el espíritu. Esto, ha dado lugar a una muy rica expresión de himnología en el pueblo evangélico, incrementada y enriquecida con el paso de los años. Estos cánticos, no son producto del marketing social, ni están dirigidos a la mente subconsciente, ni diseñados neurolinguisticamente para que provoquen cierto resultado en quienes los cantan o los escuchan. Los himnos, que reconocemos como cristianos, han sido, primeramente, escritos por cristianos. Hombres y mujeres nacidos de nuevo y en cuyas alabanzas reflejan su fe y sus más profundas convicciones espirituales, son himnos inspirados por el Espíritu Santo y cuyas músicas han sido compuestas por creyentes sinceros, muchos de los cuales no han podido explicar después como ni por que... solo que compusieron una hermosa música, para un poema maravilloso. Otros han pasado sumidos en éxtasis tan profundos que no han recibido comida ni bebida por días enteros... como si estuvieran locos. Algunos de estos escritores cristianos han pasado momentos duros y de angustia en extremo, y ahí, han escrito un poema de alabanza, lleno de esperanza y de fe sincera.

Este ultimo, es el caso del hermano que escribió “¿Qué me importan del mundo las penas, y doblada tener la cerviz?” Hoy, nosotros lo cantamos, a veces sin poner ni mente ni alma en lo que hacemos, pero sin duda que otras tantas veces si, dejando que a través de este himno el Señor nos llene de consuelo, de fe y de esperanza. Sin duda la forma más excelente de hacerlo, es la segunda.

Quien lo escribió, fue un pastor metodista de fines del siglo 19 llamado Francisco Penzotti, que nació el 26 de Septiembre de 1851, en la ciudad de Chiavenna, Italia. En el seno de una tradicional familia católica. Cuando tenía unos 13 años, producto del proceso de inmigración de su familia, llego a Montevideo, Uruguay, junto a su familia y un importante grupo de inmigrantes Italianos.

Cuando ya pasaba los 24 años, y casado con doña Josefa Sagastibelza, española y también hija de inmigrantes radicados en Uruguay, Francisco Penzotti escucho por primera vez la predicación del evangelio, con este primer acercamiento se transformo en lo que hoy llamamos un simpatizante, sin embargo, tendría que pasar aun un año mas, antes que experimentara una verdadera conversión. Su definitiva entrega al Señor sucedió en 1876, cuando se encontraba leyendo el evangelio de San Juan, que tiempo antes le había regalado su amigo el colportor pastor Andrés Milne. Desde ese día se hizo miembro de la iglesia metodista que pastoreaba el reverendo Tomas Wood.

En no mucho tiempo, el Hno. Penzotti se trasformo en un cristiano comprometido con la obra del Señor y fue honrado como pastor en una colonia Valdense recién llegada al Uruguay. En el año 1887, la iglesia Metodista nombró al pastor Penzotti para actuar como colportor (vendedor) de biblias en la costa del Pacífico, con sede en el puerto de Callao, en Perú. Por esta razón el 05 de Diciembre de ese año, inició junto a su familia el viaje rumbo al Perú. Al pasar por la ciudad Argentina de Rosario, fue hospedado en casa de un pastor, que temiendo corriera la misma suerte de otro colportor llamado José Mongiardino, que había resultado muerto por asesinato a causa de su fe, le recomendó no seguir su viaje atendiendo a la seguridad de su familia. Esto, llevo al pastor Penzotti, a pensar con mucha angustia en su familia. Decidió ponerse en oración buscando la dirección del Señor.
Mientras oraba en su habitación, en una sala cercana una joven toco al piano el himno “No te de temor hablar por Cristo” lo que fue interpretado por el pastor como una respuesta de Dios, y fortalecido con ella, siguió su viaje con la confianza que el Señor guardaría su camino. En febrero de 1888, hizo escala en Arica por seis meses debido a una epidemia de fiebre amarilla. Vivió aquí momentos de sentimientos muy contradictorios, por un lado, la muerte de su hijita Elena, de solo 2 años, y por otra, el nacimiento de su hija Maria Esther, quien llego siete días después de la partida de Elena, como un consuelo de Dios ante tanta pena.

En Julio de ese año, llego con su familia al puerto de Callao, en Perú. De inmediato, comenzó a predicar y distribuir Biblias y porciones de las escrituras entre los residentes de habla inglesa, en su mayoría empleados de empresas navieras de Inglaterra y Estados Unidos, pero también entre nuestros hermanos peruanos.

Al igual que muchos de nuestros primeros pastores, comenzó a predicar en un local arrendado, algunos meses después la asistencia ya bordeaba las cincuenta personas. Por esta razón, unos ingleses ofrecieron al pastor Penzotti una capilla anglicana que estaba sin uso, por falta de pastor, más amplia y más cómoda que el humilde lugar que ocupaban. Pero cuando las cosas parecían salir de maravillas, comenzaron las dificultades y fue tanta la oposición, que los enemigos del evangelio amenazaron con volar la capilla con dinamita. Por lo que ante tales hechos, las autoridades, los ingleses y los hermanos decidieron que era mejor volver al antiguo local, y así lo hicieron.

El pastor Penzotti y los valientes hermanos peruanos, fueron motivo de admiración de los ingleses, pues pese a las crecientes dificultades seguían congregándose y promoviendo la lectura de la Biblia. Según la recopilación histórica de algunos autores el párroco del Callao, cura Vidal y Urías llegó a ensuciar las puertas del templo con excremento y puso candados a las puertas, dejando encerrada a la congregación en su interior, pero los hermanos siguieron sin amilanarse.

En enero de 1890, el Pastor Penzotti fue al sur del Perú, acompañado de dos hermanos peruanos pretendiendo llevar la palabra de Dios a Arequipa, en donde escaparon de morir apedreados debido a la violenta resistencia y al enardecimiento de ánimos que propiciaba la iglesia romana ante la predicación del evangelio que realizaban estos hermanos. Esta fue la primera ocasión en que el obispo de Arequipa Juan Ambrosio Huerta, valiéndose de sus influencias hizo que llevaran a la cárcel al pastor Penzotti, donde permaneció diecinueve días; pero salió en libertad por orden del Presidente de la República, Don Andrés Avelino Cáceres.

El incidente de Arequipa, no fue sino el preludio de lo que sucedería meses mas tarde en la mañana del 26 de Julio de 1890, cuando un oficial y cuatro alguaciles, se presentaron en su casa para llevarlo detenido por el delito de haber violado el Artículo 4° de la Constitución Peruana de aquellos años, que señalaba “la religión es la Católica Apostólica y Romana con exclusión de cualquier otra” este articulo de la Carta Fundamental de la nación prohibía el ejercicio publico de cualquier otra confesión de fe. El pastor Penzotti fue conducido a la prisión, tratado como un vil criminal, ante la mirada impotente de su esposa y de sus hijos.

Fue encerrado en la cárcel de Callao, llamada “Casa Matas” en el castillo de San Felipe Real, en este lugar los presos recibieron al pastor Penzotti y a su predicación como un consuelo para sus vidas, pronto varios habían abrazado la fe en Cristo, lo que dio origen a una segunda acusación en su contra: “Seducción de presos” ¡es increíble tanta maldad desatada, acusado por enseñar a asesinos y ladrones, a amar al prójimo como así mismo!. Como consecuencia de esta acusación, fue encerrado en un sucio calabozo de castigo, y fue que estando allí, en una de las paredes de la mazmorra, donde leyó los siguientes versos escritos por otro preso, que estuvo ahí antes que él: “Calabozo de mis penas / sepultura de hombres vivos / más horrible que la muerte, / más severa que los grillos.” Como una respuesta a esto, y sin duda inspirado por el Espíritu Santo, escribió mas abajo en la misma pared, “¿Que me importan del mundo las penas, / y doblada tener la cerviz? / ¿Qué me importa si este en cadenas, / si me espera una patria feliz? / Resignado, tranquilo y dichoso, / de la aurora vislumbro la luz, / porque sé que Jesús bondadoso / por su pueblo ha expirado en la cruz.” ¡¡Que maravillosa respuesta cristiana a la desesperanza del mundo sin Dios!! Lo que para uno no era más que penas, sepultura, muerte, grillos y cadenas, para el otro es consuelo, tranquilidad, dicha y esperanza. Uno tiene el corazón seco y lleno de pecado, el otro un corazón lleno del gozo de la salvación. Esa esperanza sostenía al pastor en medio de la adversidad.

La esposa del pastor Penzotti, hermana Josefa Sagastibelza, dio muestras de un increíble carácter de mujer de Dios durante este duro trance, causando incluso la admiración de los Ministros de Estado, que se entrevistaron con ella. Algunos vieron en ella, por su temple, la valentía de la mujer espartana. La hermana Josefa, llego incluso a rechazar la oferta del Ministro de Gracia y Justicia, de libertad para su esposo, a cambio de la promesa de abandonar el Perú y la obra de predicación iniciada, esta hermana era sin duda una valiente mujer cristiana. Después de mucho batallar y con la ayuda de los hermanos ingleses, logro que las autoridades accedieran a permitirle llevar diariamente los alimentos para el pastor, además de una cama y algunos enseres... entre ellos una Biblia... por lo que el pastor Penzotti escribe “Y del preso las horas se ahuyentan / en gratísimo y santo solaz; / con la Biblia mis males se ausentan, / con la dicha me encuentro capaz. / ¡Libro Santo! Mi estancia ilumina, / ¡nunca, nunca te apartes de mí! / Que aprendiendo tu bella doctrina, / no hay males y penas aquí.”

Un día, el hijo del pastor llegó a la cárcel sin los alimentos que a diario llevaba a su padre, la razón era que en casa no había que comer. ¡Que tristeza para el pastor! El privado de libertad y en casa su esposa y sus hijos sin tener alimentos para satisfacer su hambre, ningún padre de familia se sentiría conforme ante tan durísima situación. Su hijo, volvió a casa con las manos vacías, su padre le había pedido que se unieran con la familia a orar, y él oraría en su celda, lo cual sin duda hizo y con lagrimas ante tan angustiante situación.

Los presos, que habían disfrutado su benevolencia, al enterarse de la situación, rápidamente hicieron una ofrenda para ayudar al necesitado pastor. Extrañamente, él no la acepto, no por arrogancia, sino por causa de la oración presentada ante el Padre. Pidió a los presos un plazo de tres horas para ver la respuesta de Dios, de lo contrario aceptaría la ofrenda. Pero cuando había pasado poco más de una hora, su hijo volvió, trayendo la correspondencia que había llegado, y entre las cartas, había una que venia de Estados Unidos, ... en su interior había una letra de cambio por una muy buena suma de dólares, suficiente para comprar alimentos para ese día, y para muchos días mas.

Los presos, fueron testigos de tan maravillosa respuesta de Dios, y sin duda entendieron y confirmaron lo siguiente... “¡evangelio sublime y glorioso! / ¡Bello pacto de amor sin igual! / Quiero siempre tenerte a mi lado; / y mirarte cual puro fanal. / Aunque este moribundo y rendido / el que acude con fe al salvador. / En cualquier circunstancia es oído / y aceptado con férvido amor.” Varios de los presos que vivieron este testimonio del amor de Dios, fueron genuinamente convertidos al Señor, llegando mas tarde a ser hermanos en la iglesia, alguno se convertiría mas tarde en pastor metodista.

La reclusión del pastor Penzotti, se transformo en un asunto de conocimiento y de discusión pública en el Perú, y también en el extranjero. La prensa inglesa y norteamericana dedico grandes espacios en sus diarios para comentar el tema, llegando los gobiernos de estas naciones, por medio de sus representantes diplomáticos, a procurar la defensa legal que terminara con la larga estadía del pastor en la cárcel.

Tras permanecer preso por mas de ocho meses, el pastor Francisco Penzotti, fue puesto en libertad, abandonando la cárcel a las 5 de la tarde del sábado 28 de marzo de 1891, en medio de los aplausos de una multitud que fue ha recibirle. Al día siguiente, la reunión de la noche estaba repleta de hermanos y almas que querían escuchar el evangelio. Un diario de la época titulo “El ilustre juez Porras, decidió dar la porra a los frailes y soltar a Penzotti” aludiendo a la excarcelación del pastor.

Después de llevar la palabra del Señor al Perú, el pastor Penzotti recorrió los países de Sudamérica y Centro América cumpliendo la misma labor, llevar a otros la bendita palabra del Señor. El 24 de julio de 1925, mientras residía en Buenos Aires, Argentina, el pastor Penzotti durmió en el Señor, dejando un grato olor de ofrenda y muchísimos frutos de trabajo cristiano.
La próxima vez que cantemos este himno, meditemos en el, no es un simple poema, es la expresión de esperanza, de adoración, y de amor que el Espíritu Santo dio a uno de los suyos, en el más difícil de los valles... el de sombra y de muerte.