miércoles, 9 de enero de 2008

AMOR O MIEDO

Hace unos días atrás estando en mi trabajo, mientras bajaba por una escala pasando de un piso a otro en las oficinas de la empresa, me encontré con un colega de carácter muy alegre, devoto católico practicante y a la sazón hermano de un sacerdote. Conociendo este colega mi credo de fe evangélica, nuestras pocas y breves conversaciones siempre han tenido un trasfondo religioso. Al encontrarnos esa mañana en la escala, le dije en tono festivo: “¿cómo estas, cómo te haz portado? - a lo que él respondió- ¡bien me he portado pues! - y luego, como queriendo decirme algo muy secreto, se me acerco al oído y me dijo: “aunque debo reconocer que más que por amor a Dios, lo he hecho por miedo a Dios” luego de las risas de rigor yo seguí mi camino, y él siguió el suyo.
Esto no habría sido mas que una simple anécdota, si no hubiera aprendido con el tiempo que los caminos que Dios usa para enseñarnos, o repasarnos lo enseñado, son a veces desconocidos y poco ortodoxos para nuestro entendimiento. Creo que por esto, las palabras de ese colega quedaron golpeando con fuerza en mi conciencia, “por miedo, mas que por amor” era un pensamiento recurrente que me hacia cuestionarme muchas cosas en mi vida como cristiano, miedo o amor ¿qué es lo que mueve mi vida a la obediencia, el miedo al castigo o el amor al que me ordena? ¿Qué fue lo que movió a los cristianos primitivos a aceptar con gozo la hoguera o el ataque de las fieras? ¿Acaso fue el miedo...? ¿Qué fue lo que motivo a Pablo a llevar el evangelio a otros, aun encadenado y sufriendo mas de una vez el injusto castigo? ¿por qué un joven medico y su esposa dejaron Norteamérica en el siglo XIX y vinieron a Chile a predicar el evangelio? ¿Por qué ofrendas, por que adoras, por que ayunas, por que predicas, por que cantas, por que oras, porque te congregas? ¿Por qué haces esto o por que dejas de hacer aquello? ¿Cómo es que Dios quiere que le sirva? ... ¿Cuál será la forma más saludable, la mas excelente? ... preguntas y preguntas que durante varios días me siguieron sin dar tregua a mis pensamientos.
Todas estas y otras muchas, que seria dificultoso enumerarlas una a una, fueron encontrando siempre la misma y única respuesta.

La Real Academia Española de la Lengua da significado a palabra miedo, diciendo: “Perturbación angustiosa del animo por un riesgo o daño real o imaginario, recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Cuantas personas se encuentran a diario que adquieren una conducta no por que realmente les nazca de corazón sincero, sino más bien por evitar el perjuicio de no hacerlo, ¿cuántos hay que en una carretera cuidan de no excederse los limites de velocidad permitidos solo en presencia de la policía? Pero no lo hacen por convicción real sino solo para evitar el castigo de una infracción. Luego, sin embargo, cuando la autoridad ya no este presente, sin pudor quebrantan lo que en presencia de ella parecían guardar tan celosamente. Miedo, no es lo mismo que respeto o temor reverencial, miedo es una perturbación del carácter propio de alguien, cuyo resultado es angustia ante el solo pensamiento de que algo malo le suceda.
Aun, cuando nos duela reconocerlo, debemos aceptar que también muchos entre nosotros se someten a regañadientes a algunas de las ordenanzas de La Escritura, pensando que al hacerlo acumulamos meritos “para que Dios no nos aflija” o “para que el Señor no quite su bendición”. ¿Cuantos de nosotros no habremos ofrendado en mas alguna oportunidad “abundantemente” con el solo propósito de recibir también “aun más abundantemente” teniendo miedo que el no hacerlo vaya a provocar que el Señor cierre su mano hacia nosotros?. ¡Esto es miedo,... no amor! Dios ama al que da con alegría, no con egoísmo o con angustia. Cuantos llegaran a nuestros templos solo por miedo, como cumpliendo con la costumbre, para que el Señor vea cuan interesados estamos en escuchar su palabra y que tan profundo interés tenemos en su obra, ... pero en nuestra mente estamos pensando en lo que podríamos estar haciendo “si no hubiéramos tenido que haber ido a la reunión” ... preocupándonos mas de la hora en que terminara el servicio, que de adorar a Dios.
Servir a Dios por miedo no solo es el reflejo de no conocer a Dios, sino también una muestra de arrogancia, pensando que nuestra conducta podría transformarse en muestras de justicia ante Dios. Constituyéndola ciegamente en un merito de justicia delante de Dios.
Recuerdo que para el terremoto de 1985, a nuestro templo entraron varias personas que repentinamente sintieron un gran deseo de congregarse y adorar a Dios, justo después del primer remezón. Al termino de un breve servicio, encontré en los baños cigarrillos retorcidos tirados en los papeleros, el miedo se había apoderado de las conciencias y parecía obligarlos a realizar algunas obras que los hicieran merecedores de la misericordia que necesitaban. Pero el miedo, no es suficiente, para que una vida cambie es necesaria una transformación mas en lo profundo, algo que no provoca el miedo. Los efectos del miedo duran mientras dure lo que lo provoca, luego desaparecen y se transforman solo en un recuerdo. El miedo no hace mas que generar conductas hipócritas.
Si nuestra conducta cristiana esta basada en el miedo, defraudamos a Dios, y no le adoramos “en espíritu y verdad” ¿es acaso miedo lo que Dios espera de nosotros? ¿Miedo al que murió en nuestro lugar? ¿Será esta la forma más saludable de servir a Dios?. Siendo el miedo una perturbación que en su manifestación afecta el animo mismo de persona, no es algo propio de la conducta equilibrada con que Dios dota al creyente sincero.
Tal vez, esto haya sido similar a la conducta asumida por Israel en un momento de su historia, al punto que Dios exclama “porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra pero su corazón esta lejos de mí” ¿quién no advierte tristeza y dolor en esta afirmación? Que el corazón de quienes debía estar más cercano haya resultado extraño y lejano. Que habiéndoseles encarecido “amaras a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” viniesen a resultar tan carentes y extraños al amor que gustosos debieran profesar.

La misma academia española da significado a la palabra amor, de la siguiente manera: “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. Sentimiento que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear”. ¡Que preciosa definición! De esto, entendemos rápidamente que el amor es un sentimiento, no una perturbación, muy superior al miedo, y cuyo resultado es entonces mucho más excelente. Mas aun si consideramos que para los cristianos el amor no es un sentimiento que nazca del hombre, sino de Dios y que amor es Dios mismo. Amor es una palabra compuesta por dos en latín “Ad Mortem” que significa “sin muerte” esto nos da una idea de la trascendencia del amor..
¿Que obligo a la mujer pecadora a regar con lagrimas los pies de Jesús, y enjugarlos con sus cabellos, y besarlos y ungirlos con perfume? ¿Hubo acaso alguna espada o poder humano que la obligara? ¿Hubo dinero que comprara tal atención para el Maestro? NO, ... solo AMOR, puro amor. El Señor Jesús, reconoce esto, y dirige a su anfitrión Simón, quien nada de esto había hecho; la parábola de los dos deudores, y la termina diciendo: “¿cuál de ellos le amara mas?” ... no dice quien le tendrá mas miedo, sino “¿cual de ellos le amara mas?” ... no sé a usted, pero a mí, se me perdono TODO.
Que el miedo guíe los pasos del que hace lo malo y lo vuelva al bien, es una cosa, pero que deje espacio al amor, en el corazón de aquel que como una flor ha nacido nuevo en el jardín de Dios.
La conducta cristiana no puede, ni podría tener otra motivación, que fuese distinta al amor. Para el creyente el amor no es un sentimiento humano, es divino. Dios es amor y nosotros le amamos a él, por que “él nos amo primero” y ese amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Alguien que haya nacido de nuevo de “agua y espíritu” habiendo experimentado el perdón y la plena misericordia de Dios, no es movido por el miedo o la angustia, como si Dios fuese un dictador tirano cuya fuerza fuese la vara del castigo y su deleite condenar y matar. NO, una vida cristiana tiene una motivación mucho más excelente.
Un antiguo obispo de la iglesia primitiva escribe a un noble llamado Diogneto, exponiéndole el evangelio y le dice: “...le envió como Salvador, usando persuasión, no fuerza; porque la violencia no es atributo de Dios. Él le envió como invitándonos, no persiguiéndonos; Él le envió como amándonos, no juzgándonos... cuando hayas conseguido este pleno conocimiento, ¿de qué gozo piensas que serás llenado, o como amaras a Aquel que te amo a ti antes? Y amándole serás un imitador de su bondad...” Muchos siglos después el autor de un precioso himno testimonial nos dice: “... y cenando a su lado descubrí, que no hay dicha más feliz, que amar a Dios...” esto fue y será hasta la venida gloriosa de su reino, la motivación más perfecta y excelente que haga que hombres y mujeres abandonemos “las cosas de este mundo” y negándonos a nosotros mismos, vivamos para Dios. Tratando, a pesar de todas nuestras innegables y abundantes debilidades y limitaciones de ser imitadores de Aquel que nos amo, y que por medio de ese amor nos rescato de nuestra vana manera de vivir, participándonos de vida nueva.
El servicio a Dios no es por fuerza, es el Espíritu Santo quien hace nacer en el corazón del creyente ese “sentimiento intenso (tal vez lo que el profeta llamo fuego) que partiendo por reconocer nuestra propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y la unión con Dios”. Que el Espíritu Santo haga nacer entonces en nuestros corazones ese “fuego intenso” que nos haga reconocer nuestra propia insuficiencia, nuestra imperfección, nuestra maldad, ¡nuestra falta de amor! y nos eleve, haciéndonos crecer “en gracia y en sabiduría” para que nuestro servicio a Dios sea cada día más perfecto. De modo tal, que nuestra vida sea una ofrenda de amor hacia Aquel que nos rescato de la muerte, muriendo por nosotros. Libres de egoísmo, vanidades, afanes o intereses personales, como tantos hombres y mujeres que antes de nosotros han servido a Dios solamente por amor, ¿Qué movió a los cristianos primitivos? ... el amor, ¿qué movió a Pablo? ...el amor, ¿qué motivo al Pastor Hoover? ... el amor. Entonces... ¿qué mueve mi vida?... si tu respuesta no es la misma, medita en las palabras del apóstol Juan, “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en si castigo. De donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor”. 1° de Juan 4:18
Joel Gallardo